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lunes, 3 de julio de 2017

Cine e Historia - "Ha Vuelto"


Título original: Er ist wieder da
Año: 2015
Duración: 116 min.
País: Alemania.
Director: David Wnendt.
Guión: David Wnendt (Novela: Timur Vermes).
Productora: Mythos Film / Claussen Wöbke Putz Filmproduktion / Constantin Film Produktion
Reparto:  Oliver Masucci, Fabian Busch, Christoph Maria Herbst, Katja Riemann, Franziska Wulf, Lars Rudolph
Música: Enis Rotthoff. 
Fotografía: Hanno Lentz. 
Sinopsis: En el año 2014, Adolf Hitler se despierta en Berlín, sin memoria de nada sucedido tras el año 1945. Sin casa y sin recursos, Hitler comienza a reinterpretar la Alemania que ve en pleno siglo XXI desde su perspectiva nazi.



Hitler, en la película
La premisa de "Ha vuelto" es sencilla: Hitler se despierta en el siglo XXI sin que nadie se crea que es él, por lo que la gente decide verlo como un imitador y se convierte en todo un ídolo de masas, algo que él no duda en aprovechar para intentar ganar nuevos adeptos para su causa sin olvidar de que tiene que adaptarse a los nuevos tiempos.


El filme oscila entre lo referente a la crítica social y también hacia los medios de comunicación. Su lectura del creciente racismo hacia los inmigrantes en Alemania por todo lo relacionado con la crisis de los refugiados encaja bien con una lectura de cómo Hitler ascendió al poder y también los motivos de que no sería tan descabellado que lo hiciera hoy en día. 

La historia nos presenta a un productor de televisión que no puede convencer a su canal de aceptar uno de sus proyectos. Revisando el material para su último trabajo, descubre a un hombre disfrazado como Hitler. Su gran parecido le da una idea: llevar a este sujeto a recorrer el país y grabar la reacción de la gente. (Incluso, los productores afirmaron que muchas de las escenas con la gente fueron improvisadas. Sin guión, sin red. A lo que salga). El éxito es tal, que las personas comienzan a hablarle sobre todo lo que está mal y porque las cosas no funcionan en Alemania, convirtiendo a Hitler en una estrella de la televisión y las redes sociales.


La idea fue satirizar a uno de los dictadores más tenebrosos y sanguinarios de la historia. ¿Cómo? Despertándolo en nuestro tiempo sin que nadie sepa que él era él. De esta manera, Hitler comenzó a ser visto como un gran imitador. Sobre todo, después de su aparición en un programa de humor político.


Pero poco a poco, el “personaje” mostrará la hilacha y la gente, que lo veía como un popstar, comienza a mostrarse interesada en sus “nuevas” ideas políticas. Sin embargo, el público se escandaliza cuando se entera de que mató a un perrito que le mordió...


La clave está en el desarrollo del personaje de Hitler, cuyo rol no se limita al de simple payaso. Conforme avanza el metraje, el personaje va aprendiendo a manejarse y las situaciones en las que se ve envuelto, ilustran a una sociedad que se deja embaucar por el carisma y la elocuencia, que está dispuesta a aceptar ideologías horribles, pero que, al mismo tiempo, es también capaz de escandalizarse por banalidades. Para contarlo se opta por un tono de sátira y humor negro. Hay que destacar la reflexión que plantea: ¿quién engrandece a los tiranos? En "Ha vuelto" se propone la idea de que es la gente, esa a la que los políticos les gusta llamar "el pueblo". Que una vez que un sujeto se ha ganado la simpatía y la empatía de las personas, diciéndoles lo que quieren escuchar, que les ofrece soluciones fáciles, que les quita la responsabilidad de sus acciones, que puede hacerse del poder. Esto es lo que hace tan pertinente a esta cinta.



El director y guionista de la película,  David Wnendt explicó:
Los alemanes deberían poder reírse de Hitler en lugar de verle como un monstruo, porque eso le libera de la responsabilidad de sus acciones y desvía la atención de su culpa en el Holocausto. Pero debe ser el tipo de risa que te atraganta, y casi te sientes avergonzado cuando te das cuenta de lo que estás haciendo
En cierto momento de la historia, Hitler entabla conversaciones con personas de diferentes regiones, la mayoría originarios de pequeños suburbios, quienes afirman que son los inmigrantes los responsables de que las cosas no vayan bien en Alemania. Lo más destacable, en cualquier caso, es que utiliza al Führer no solo para provocar la carcajada (con éxito), sino para invitar a la reflexión, para advertir de que el discurso y la amenaza del nazismo siguen muy, pero que muy vivos. En Alemania, “Er ist wieder da” fue un éxito cinematográfico.





Hitler, en la realidad
Poco antes de que finalizara la Primera Guerra Mundial, el 13 de octubre de 1918, el cabo Adolf Hitler se quedó atrapado en un ataque de gas venenoso británico cerca de Ypres. Lo trasladaron a un hospital de campaña y allí se quedó ciego temporalmente por los gases tóxicos. El 10 de noviembre, a medio recuperar en un hospital militar al noroeste de Berlín, le informaron que la monarquía había sido depuesta y que se había proclamado la República de Weimar. Al enterarse de que al día siguiente se iba a firmar un armisticio y que la guerra la habían perdido, se quedó ciego de nuevo.

Aunque sus oponentes políticos después lo tacharon de cobarde, parece que esta es una de las acusaciones que no tiene fundamento. En 1916, en el norte de Francia, Hitler fue herido en una pierna. Regresó al frente en marzo de 1917 y lo ascendieron a cabo, pero ese fue el grado más alto al que llegó, porque consideraban que no poseía dotes de mando.


Hitler fue condecorado en dos ocasiones, en una de ellas recibió la Cruz de Hierro de 2ª clase el 2 de diciembre de 1914 y la Cruz de Hierro de 1ª Clase el 4 de agosto de 1918. Estos honores no se suelen dar a soldados de tan baja graduación. Hitler ganó su última Cruz de Hierro, según diversos testimonios, al haber capturado sin ayuda a quince soldados enemigos, pero ningún registro militar apoya esta condecoración ni hay ninguna prueba de que esto sea cierto. Bernhard Horstmann, en una investigación, dijo que la ceguera temporal de Hitler pudo haber sido resultado de una reacción histérica a la derrota alemana.

Durante aquella experiencia, Hitler dijo que al quitarse la venda de sus ojos, descubrió que el objetivo de su vida era lograr la salvación de Alemania. Mientras tanto, fue tratado por un especialista en psiquiatría y un médico militar, que según informaron, el diagnóstico sobre Hitler era "incompetente para comandar gente" y "peligrosamente psicótico".


El nazismo fue, ante todo, una conspiración para conseguir el dominio político, primero en Alemania, en Europa después y, con el tiempo, en todo el mundo. Nunca desarrolló una doctrina política coherente, sino que adoptó de cualquier fuente disponible, tanto de Alemania como de fuera de ella, las teorías sociales que mejor respondían a sus exigencias. En efecto, el nacionalsocialismo fue creado por un grupo de hombres unidos por otro hombre que se nombró a sí mismo jefe, y supo avivar su orgullo patriótico y sus ambiciones personales. Sin el magnetismo personal de Adolf Hitler no habría existido ni un movimiento nazi ni un III Reich. En el caso de que hubiera estallado un conflicto bélico, habría sido por unos motivos distintos de los hitlerianos; es muy probable que se hubiese tratado de una guerra entre el Occidente capitalista y el Este comunista, con una Alemania aliada a las potencias occidentales no enemigas de Hitler. La guerra fue una creación personal de Hitler, lo mismo que el imperio germánico. Por esto, el mundo hubo de enfrentarse en 1939 a la persona de Hitler: un hombre capaz de amalgamar, con su poder hipnótico, los elementos más dispares. 

No pueden emplearse raseros convencionales para juzgar a hombres de la talla de Hitler, pues son productos de la Historia, resultantes de la mezcla explosiva de un ser humano fuera de lo normal y de las circunstancias en que vivió. El Alto Mando del Ejército alemán nunca pudo imaginar que aquel cabo austriaco se convertiría en su comandante supremo, y que casi toda Europa se transformaría en un campo de batalla porque así lo deseaba él. Los diplomáticos lo consideraban como un demagogo ignorante y sin habilidad hasta que les demostró lo contrario y les venció en su propio terreno; los industriales lo veían como un necio del que podrían aprovecharse, hasta que les obligó a seguir sus directrices. Los profesionales de la enseñanza pensaban que se trataba de un soñador carente de cultura, hasta que conquistó el poder y señaló nuevas directrices para sus respectivas disciplinas. En esencia era como un escultor, y su materia prima el pueblo alemán. La razón podría inducimos a rechazar esta imagen del Führer, porque es falsa y sentimental. 

Hitler debió su éxito al hecho de que apareciese como un nuevo Mesías en una época de degradación nacional. Fue el profeta de una gran ilusión, de una ilusión que satisfacía los deseos nacionalistas de millones de personas que no habían sabido dar una finalidad a sus vidas. Es corriente dar la denominación de «grandes» a los hombres en relación con el poder que ejercen. Para sus partidarios, Hitler estaba al mismo nivel que César o Napoleón. Pero, sólo el poder que supo crear tenía una dimensión en la que encaja el calificativo de grande; el hombre estaba muy por debajo del sueño que inspiraba. 

Era desconfiado, y carecía por completo de cualidades humanas y de principios morales. No admitía consejos y prefería seguir sus intuiciones, actitud que con el tiempo llegó a convenirse en una especie de locura. Su fuerza vital derivaba de un egocentrismo monstruoso, de una confianza ciega en sí mismo que le llevaba a creer que era el hombre del destino, elegido por la Providencia para ser el guía de los pueblos septentrionales. Son famosas sus propias descripciones, todas ellas impregnadas de cieno misticismo. Decía que se movía «con la seguridad de un sonámbulo» y hablaba de la «ilimitada con fianza en sí mismo», de modo que nada podría «derribarlo de su posición». Los hechos más destacados de su carrera revelan cierta incertidumbre en el período inicial y un exacto cumplimiento una vez elegido su camino. En su juventud, especialmente mientras residió en Viena, vivió en lo que podría llamarse un estado de sopor, como un individuo incapaz de trabajar y de hallar un medio digno de vida. Fue aquella una época destructiva, en la que, basándose en innumerables y desordenadas lecturas, elaboró los elementos de sus ilusiones acerca de la grandeza alemana. Ya en su niñez comenzó a manifestar los síntomas que lo convertirían después en un déspota. En 1903, sus maestros observaron que carecía de control de sí mismo, que era pendenciero, obstinado, arrogante y neurótico, a lo que se agregaba el hecho de que reaccionaba con manifiesta hostilidad ante los consejos y las advertencias que se le hacían. Durante su juventud, en Viena, no fumaba, ni bebía, ni mostraba demasiado interés por las mujeres. Cuando comprobó que sus actividades artísticas juveniles no le proporcionaban ninguna fama, las abandonó y se pasó al campo de la política. Pero Hitler no era como los fanáticos corrientes, los propagandistas vociferantes que le enseñaron los vulgares denuestos de los cuales se sirvió al principio de su carrera; se diferenciaba de ellos, precisamente, por su habilidad en atraer al público con su oratoria y ganarlo para su causa.


Hombres de muy diversa condición, como Goebbels, un joven universitario, inteligente y oportunista, de origen humilde; Goering, un héroe de la aviación, de origen pseudoaristocrático, y el general Ludendorff, veterano del Alto Mando alemán, unieron sus destinos al suyo, pese a que ni siquiera era un auténtico alemán. Goebbels, que se hallaba en una edad en que es fácil impresionarse, lo veía como un dios, y por lo que a Goering se refiere, en 1922 le bastaba con oírle hablar para que sintiese un hondo deseo de servirle. Incurriríamos, pues, en un error si no concediésemos cierra grandeza histórica a este hombre que se convirtió en el Führer alemán. Hitler salió del anonimato absoluto, y en poco más de diez años se aseguró el dominio de la mayor parte de Europa. Y ello no se debió a la casualidad, sino que fue fruto de un proceso grandioso, que no habría sido posible si él no hubiera sido un orador cargado de magnetismo, lo mismo en la tribuna que fuera de ella, y dotado del poder hipnótico y la fascinación emotiva de cienos predicadores. Sabía fascinar a su auditorio, y al propio tiempo aplacar sus exigencias morales. Él mismo lo admitió en su obra Mein Kampf:
El arte de la propaganda consiste en saber despertar la imaginación de la gente, haciendo hincapié en sus sentimientos, en encontrar la fórmula psicológica que fije la atención y pulse el corazón de las masas.
Otto Strasser, oponente político de Hitler dentro del Partido nazi, y que tenía motivos tanto para temerle como para criticarle, escribió de él: 
Hitler responde a las vibraciones del corazón humano con la sensibilidad de un sismógrafo... Adolf Hitler penetra en una sala, olfatea el aire, va a tientas por un momento, busca el camino y capta la atmósfera. De pronto estalla, y sus palabras dan en el blanco como una flecha. 
Fuera de su elemento, Hitler aparecía con frecuencia inseguro. Mientras no tuvo en sus manos el poder absoluto, no le gustó mezclarse con la aristocracia. En sus primeros contactos con el presidente Hindenburg estaba nervioso, aunque se mostraba inflexible, y prefería que le acompañara siempre Goering, que era hombre de mundo y con su presencia le daba seguridad social. Con las mujeres hacía gala de una amabilidad torpe, comportándose de un modo afectadamente cortés; les besaba la mano y les ofrecía flores, pero en cuanto le era posible dirigía la conversación hacia el terreno político, en el que se hallaba a sus anchas. 


Sólo se sentía a gusto con las mujeres mediocres que le acompañaban en sus retiros. Le complacía su compañía y la admiración que sentían por él, obligándolas a permanecer levantadas hasta las altas horas de la madrugada. No es probable que sintiera nunca la necesidad física de una mujer. De esta forma pudo concentrar en un objetivo único todas las energías que muchos dispersan en relaciones personales o en actividades ajenas a las que les es propia. Llevaba una vida social insulsa, y Eva Braun, la mujer a quien quizás llegó a amar, era, en realidad, una nulidad. Otro aspecto de la línea de conducta de Hitler fue la eliminación gradual de los expertos. Como opinaba que el único principio de gobierno era la intuición, con el tiempo prefirió rodearse de hombres carentes de preparación o de alguna habilidad específica; y así, pocos jerarcas nazis, si exceptuamos a Goebbels, estaban a la altura de las misiones que se les habían confiado. Hitler estaba convencido de la necesidad de lo simple y sencillo y de que los técnicos no hacen sino complicar las cosas y alejar al hombre del camino que debe seguir. Como explicó el Führer a un corresponsal extranjero en 1936
Le diré lo que me ha llevado al puesto que ocupo. Nuestros problemas políticos eran muy complejos; el pueblo alemán no sabía resolverlos. En estas circunstancias prefirió confiar a los políticos la misión de solucionarlos. Yo simplifiqué y reduje tos problemas a su forma más simple. La masa se dio cuenta de ello y me siguió.
Más tarde añadiría: 
El instinto es supremo, y del instinto nace la fe... Mientras el pueblo sanó cerró filas y formó una comunidad compacta, los intelectuales corrieron de aquí para allá como gallinas. Con los intelectuales es imposible hacer historia. 
Estas cualidades permitieron a Hitler conocer las necesidades, conscientes o inconscientes, de gran parte del pueblo germano, de todas las clases sociales, y llenar, con su propaganda violenta e ilusoria, el vacío existente en la vida de muchos alemanes. Cuando alcanzó el poder, acabó con el desempleo crónico de los desheredados y alimentó su amor propio nacional rechazando la vergüenza del Tratado de Versalles. 


Pero, en contrapartida, les privó de los derechos civiles y se convirtió en su amo absoluto. Después perdió gradualmente todo contacto con ellos y se encerró en sí mismo, atento únicamente a la realización de sus sueños imperialistas. La lección que aprendió Hitler, al fracasar en su intento de adueñarse del poder en 1923, fue que la legalidad debla ser el camino para alcanzarlo: la revolución armada era una cosa, y la revolución constitucional, otra. La fuerza de su instinto se pudo comprobar en 1932, cuando supo frenar a sus partidarios más impacientes porque no había llegado todavía el momento de ascender legalmente al poder. En 1923 la revolución, había alcanzado sus objetivos: a partir de entonces, Hitler no se expuso sino a riesgos perfectamente calculados, riesgos que estaba seguro de que le proporcionarían nuevos y espectaculares éxitos. Uno de los mayores riesgos que tuvo que afrontar antes de 1933 fue la elección de quienes habían de ayudarle. Porque, como ya hemos afirmado antes, el nazismo no fue sólo una expresión de la personalidad y la ideología de su jefe, sino también, en cierto modo, de la de los hombres que le sirvieron, aunque estuviesen dominados por su voluntad absoluta. En el manejo de los hombres que necesitó para llevar a término sus planes desmesurados -hombres violentos e impetuosos unos, tortuosos otros, y todos ellos con una carga explosiva de ambición y falta absoluta de prejuicios- fue donde Adolf Hitler dio pruebas evidentes de su conocimiento de la psicología humana. Lo mismo cabe decir del arte sorprendente con que sin duda se ganó la voluntad de su pueblo, presentándole astutamente unos ideales deslumbrantes, capaces de arrastrarle a la empresa más descomunal: la abierta e insensata decisión de conquistar el mundo entero para ponerlo a los pies de la raza aria, cuya encarnación suprema la veía en su pueblo. Y, por supuesto, que buena parte de ese mismo pueblo también acabó por convencerse de tan dementes ideas.

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