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domingo, 9 de agosto de 2015

9 de agosto de 1945 - Segundo holocausto nuclear sobre Nagasaki

Fundada en el sitio XVI por un soberano local daimyo, que se había convertido al cristianismo, y donada luego por él a la Compañía de Jesús. Nagasaki era un puerto al que antaño buques españoles y portugueses habían transportado comerciantes y misioneros. la población de Nagasaki, todavía en gran parte católica, se concentraba alrededor del distrito industrial y residencial de Urakami. Al fallar su blanco, la “Fat Man”, nombre convencional que recibió la segunda bomba atómica que caería sobre Japón, cayó justamente sobre Urakami.

Ruinas de Nagasaki
Como en Hiroshima, también en Nagasaki funcionó la sirena de preaviso en el momento de avistar el avión, pero los habitantes de Nagasaki habían acabado por prestar poca atención al sonido de la sirena. Cuando a las 10:53 hs. la señal de preaviso sonó, fueron muy pocos los que se molestaron en llegar a los refugios más próximos. Pese a ello, las víctimas del fuego fueron menos numerosas que en Hiroshima, ya que la existencia de amplias áreas recubiertas de agua impidió que los incendios se extendieran con tan mortífera rapidez. El fenómeno del huracán de fuego, que había aterrorizado a Hiroshima, tampoco se produjo en Nagasaki.

En cambio, la bomba de plutonio demostró ser más eficaz que la “Little Boy” y la expansión del aire fue más violenta. Como la zona alcanzada se extendía en el fondo de una pequeña vaguada, los daños más graves se registraron en una área de forma aproximadamente oval, de 1.5 km de longitud y 3 de anchura. En el interior del óvalo, casi todos los edificios quedaron destruidos o inhabitables, y se causaron daños de menor importancia hasta 5 km del punto cero. Se debe notar que en Nagasaki no se produjo aquella total desorganización de los servicios de asistencia médica que en Hiroshima tanto contribuyeron a que aumentara el número de víctimas. Por una casualidad verdaderamente fortuita, el servicio ferroviario no quedo interrumpido. Pero las tragedias individuales fueron en todo análogas a las ocurridas en Hiroshima.

Los historiadores norteamericanos atribuyen a las consecuencias de las radiaciones del 7 al 20 % de los casos de muerte; pero ponen de relieve que miles de los que fueron completamente volatizados por el calor o que murieron a causa de las gravísimas heridas, se hallaban tan cerca del punto de la explosión que, si no hubieran muerto por otras causas más directas, seguramente se los tendría que contar también entre las víctimas de los casos más graves de la radiación. Asimismo, bastantes años después, ocurrieron numerosos casos de muerte de científicos y de médicos que dieron mucho que pensar a los japoneses. Tres personas habían acudido a Hiroshima y a Nagasaki para examinar los efectos secundarios debidos a las radiaciones el físico nuclear Yoshio Nishina, el experto en los aspectos médicos de las radiaciones Masao Tzuzuki y el radiobiólogo Koichi Murachi. Nishina murió en 1951 de cáncer de hígado; Tzuzuki en 1960 de cáncer de Dolmen y Murachi en 1961 de leucemia. Todos estos hombres habían manejado sustancias radiactivas durante muchos años en el curso de sus investigaciones; pero no cabe duda de que en las ciudades bombardeadas habían estado expuestos a dosis de radiaciones excepcionalmente elevadas. y aunque no se pudo establecer una relación segura entre causa y efecto en estos tres casos, a los ojos de los japoneses aparecieron no como una simple coincidencia, sino como una clara indicación de que los efectos de las radiaciones se hicieron sentir incluso después de muchos años.

Algunos «doblemente supervivientes» 
En los hospitales se repitieron las mismas escenas de Hiroshima: por todas partes muertos y heridos yacían en montones de carne quemada y lacerada, de sangre y de piel. Por una trágica coincidencia, cieno número de personas, supervivientes de la bomba de Hiroshima, se encontraban ahora en Nagasaki. Un editor de diarios, un arquitecto, un contable, un ingeniero, un obrero portuario y cuatro carpinteros fueron «doblemente supervivientes», y desde luego no fueron los únicos. El relato más conmovedor es quizá el de Kenshi Hirata, el contable casado hacia tan sólo unas semanas y que había llevado a su mujer a Hiroshima diez días antes de que se abatiese la bomba sobre la ciudad. Durante toda la noche del 5 al 6 de agosto trabajó en su oficina y después de la explosión se habla precipitado en busca de su mujer, a la que encontró muerta bajo los escombros de la casa destruida. Al trasladar tristemente las cenizas de su esposa a su ciudad natal, Nagasaki, llegó a ella cuando se produjo la segunda explosión atómica. 

Si bien es muy probable que más personas hayan sobrevivido a ambas detonaciones, de hecho el Museo de la Paz en Hiroshima calcula que pudieron existir unas 160 Nijū Hibakusha -traducción literal: personas doblemente bombardeadas-, la falta de registros por parte del gobierno y el caos tras la rendición de Japón hicieron que solo se confirmaran ocho casos.

Por qué utilizar la bomba?
Con el fin de la guerra en Europa, desapareció una de las zonas más importantes que hablan inducido a los Aliados a hacer lo posible para atraerse a Stalin: la necesidad de coordinar las operaciones bélicas. La otra esfera en la que Norteamérica Mía tener necesidad de la ayuda rusa era Extremo Oriente; y, en efecto, durante meses los jefes del Estado Mayor conjunto hablan elaborado los planes basándose en el supuesto de que Rusia entraría en guerra contra Japón. Pero a fines de abril de 1945 se habían convencido ya de que la intervención soviética no tendría repercusiones de importancia en el terreno militar, y en cambio, una eventual declaración de guerra por parte de Rusia tendría graves repercusiones psicológicas en el Japón. Por otra parte, los políticos norteamericanos empezaban a preguntarse si no era más oportuno prevenir cualquier expansión de la influencia soviética en Asia sudoriental, poniendo fin a la guerra mientras las tropas rusas estaban todavía al otro lado de la frontera del Manchukuo. Desde este punto de vista, la bomba atómica adquirirla un significado muy panicular. En términos estratégicos, la bomba sostendría la actitud más belicosa que América había asumido jamás en el terreno diplomático, mientras tácticamente privaría de toda significación a la declaración de guerra de Rusia al Japón.

El día 1 de junio, el informe del comité estaba dispuesto. Aunque revelaba que entre los científicos atómicos existía un difundido sentimiento de duda respecto de la oportunidad de emplear militarmente la bomba, los expertos del comité se mostraban unánimes en formular las siguientes recomendaciones:
  • Se debía emplear contra el Japón y cuanto antes fuera posible: 
  • Se utilizaría contra un doble objetivo, es decir, contra una instalación o una base militar rodeada de casas y de otros edificios que se prestasen de modo particular para ser dañados por la explosión; 
  • Se debía emplear sin aviso previo. 
Se rechazó la idea del aviso o de hacer estallar la bomba de una forma puramente demostrativa por existir el peligro de que la explosión fracasase o de que los japoneses transportasen prisioneros de guerra a la zona designada. Según el comité, si el objetivo era poner fin a la guerra, no existía «ninguna alternativa aceptable para su utilización militar directa». El Secretario de Guerra Henry L. Stimson informó entonces a Truman de que una bomba de uranio 235, con encendido del tipo de cañón, estaría dispuesta para el 1 de agosto, y que se dispondría de una bomba de plutonio al mes de haberse realizado, naturalmente con éxito, una explosión experimental. Ya en noviembre de 1944, un grupo de expertos que dependía directamente de Stimson, había empezado a componer una lista de los posibles objetivos. Idealmente, la elección debía recaer sobre ciudades de grandes dimensiones, dotadas de instalaciones militares y todavía no muy destrozadas por los bombardeos convencionales.

Se eligieron diez ciudades; la cuarta era Nagasaki. Kokura, no muy distante de Nagasaki, era la tercera. El segundo lugar en la lista lo ocupaba Kyoto, a la que en seguida se eliminó por la importancia histórica y cultural que tenía en el Japón. A la cabeza de la lista se encontraba el nombre de la séptima ciudad japonesa en cuanto a magnitud: Hiroshima.

Antes de que se pudiera utilizar eficazmente la bomba en el terreno diplomático, era necesario demostrar su eficacia en el campo militar. La perspectiva de emplearla contra el Japón estaba suscitando divergencias cada vez más profundas entre los consejeros militares y los políticos. Desde luego, la situación militar de los japoneses era desesperada. Después de la caída de Okinawa se habían dado cuenta de que no tenían ninguna posibilidad de ganar la guerra y, por consiguiente, habían reunido el resto de sus energías para la defensa del suelo patrio. Tenían todavía en el archipiélago más de dos millones de soldados, por lo que los jefes del Estado Mayor conjunto norteamericano suponían que la lucha se prolongaría hasta el invierno de 1946. Se calculaba que las pérdidas propias sumarían probablemente una cifra comprendida entre 200.000 y 1.000.000 de hombres, y, lógicamente, la sensación de que el lanzamiento de una bomba podría poner fin a la guerra y salvar millones de vidas humanas no podía por menos de tener un peso decisivo. Y, sin embargo, ya mucho antes, todos los consejeros militares de Truman habían llegado a la conclusión de que la invasión del archipiélago japonés no sería necesaria, pues los bombardeos desde el aire y el bloqueo naval estaban poniendo evidentemente al Japón en una situación insostenible. Incluso el más cauto de los jefes de Estado Mayor, el general Marshall, opinaba que bastaría una declaración de guerra por parte de la Unión Soviética para inducir a los japoneses a la rendición.

Aunque el cálculo de los consejeros militares de Truman sobre la mentalidad japonesa era equivocado, queda en pie el hecho de que estaban convencidos de que el Japón se rendiría incluso sin una invasión y sin la utilización de la bomba atómica. El general Eisenhower se hizo portavoz de la actitud que prevalecía en los ambientes militares cuando, a fines de julio, con motivo del encuentro de los tres grandes en Potsdam, tuvo un coloquio con Stimson.
Le expresé mis profundas preocupaciones, sobre todo basándome en mi convicción de que el Japón ya estaba derrotado y que, por consiguiente, el empleo de la bomba no era necesario, y en segundo lugar porque opinaba que nuestro país no deberla horrorizar a la opinión pública mundial con una arma cuyo empleo, a mi parecer. no estaba justificado por el solo objeto de salvar vidas norteamericanas. Mi profunda convicción era que justamente en aquel momento el Japón estaba buscando un modo de rendirse sin menoscabo de su honor. 
El Gobierno norteamericano también estaba al corriente de los esfuerzos que los japoneses realizaban para negociar una rendición. Todos los mensajes que el Ministro de Relaciones exteriores japonés, Shigenori Togo, enviaba a Naotake Sato,el embajador en Moscú, eran interceptados, y resultaba evidente, desde hacía tiempo, que sólo con que se eliminase la cláusula de la «rendición incondicional», los políticos favorables a la paz podrían convencer al emperador para desautorizar a su Gobierno. La única condición en la que todos se mostraban irreductibles era que la posición del emperador era intocable.

Stalin, Harry Truman y Winston Churchill durante la Conferencia de Potsdam, en 1945.
Los norteamericanos fingieron no darse cuenta siquiera de los esfuerzos japoneses para iniciar negociaciones; y también los soviéticos los ignoraron. Evidentemente, estos últimos no querían que la guerra en el Pacifico terminase antes de que tuvieran la posibilidad de tomar parte en el reparto del botín. Pero, por qué, si en verdad querían abreviar la guerra, los norteamericanos no hicieron ningún intento de tener en cuenta la iniciativa japonesa, si a fin de cuentas acabarían por conceder al pueblo japonés el respeto a su monarquía? la respuesta se hizo evidente en el curso de la conferencia de Potsdam, durante la cual Eisenhower protestó contra la decisión de lanzar la bomba atómica. En Potsdam Truman podría esgrimir toda la fuerza diplomática que se desprendía del hecho de poseer un arma nuclear, y quizá podría haber sido también el lugar y el momento de llevar a cabo su único gesto para dar a los japoneses la posibilidad de rendirse antes de que se efectuara el ataque atómico presentándoles un ultimátum.

El presidente norteamericano llegó a Potsdam el domingo 15 de julio. A la tarde siguiente se le comunicaron las primeras noticias sobre el tan esperado experimento atómico de Alamogordo. El mensaje convencional decía:
Operación efectuada esta mañana. Diagnóstico no completo todavía, pero los resultados aparecen satisfactorios y superan ya toda previsión. 
Al día siguiente fue un Truman exultante quien abrió la reunión con una enérgica declaración a propósito de las peticiones norteamericanas en Europa. El 21, Stimson recibió un informe detallado del experimento y se lo leyó a Truman y al Secretario de Estado James F. Byrnes:
El presidente quedó muy satisfecho... dijo que la noticia le daba una sensación de confianza completamente nueva. 
Cuando se informó a Churchill, éste también se dio cuenta inmediatamente de las implicaciones diplomáticas del experimento. Para los ingleses, como para los norteamericanos, la decisión de emplear la bomba no fue ni siquiera una auténtica decisión. El 1 de julio Churchill habla dado su aprobación oficial, según los términos del acuerdo de Quebec estipulado en 1943, y aunque también él se daba cuenta de que para el Japón la derrota era segura antes incluso de que cayese la primera bomba, la cuestión de una posible renuncia al empleo del arma ni siquiera se planteó. Pero, para Truman, aún existía esta cuestión. A sus ojos no se trataba de una cuestión moral, puesto que la potencia destructora de la bomba atómica no era mayor que la de todos los bombardeos convencionales. Para Truman la cuestión era: Se podía justificar en el plan militar aquel ataque atómico tan ventajoso en el plan diplomático? En efecto, en Potsdam quedó claro que, en sí mismo, el solo experimento atómico no era suficiente. Americanos e ingleses hablan decidido informar a Stalin acerca de la bomba; pero cuando el 24 de julio Traman le habló de ella, lo hizo de un modo tan casual que Churchill, al principio, se convenció de que Stalin no tenía la mínima idea de lo que estaban diciendo. Por todo ello, en el último momento Truman llegó a la conclusión de que sólo una efectiva incursión atómica persuadiría a Stalin de la fuerza irresistibie que respaldaba a la diplomacia americana.

En consecuencia, y a pesar de haber expuesto con tanta energía la posición americana una semana antes, Truman no trató a fondo la cuestión. Por el contrario, decidió dejar el definitivo arreglo de cuentas para después del lanzamiento de la bomba, y el 25 de julio informó a Stimson que la orden de utilizarla sería válida, "a menos que le hubiese informado que la respuesta japonesa a nuestro ultimátum era aceptable".

Así, pites, la decisión ya estaba tomada. Al día siguiente respaldaron este ultimátum Truman, Churchill y Chiang Kai-shek. Aunque se amenazaba al Japón con una inmediata y total destrucción, no se hacía mención alguna de la bomba. En el documento se aclaraban los términos de la rendición, pero se insistía todavía en el adjetivo «incondicional» y no se daba ninguna indicación sobre la suerte del emperador. Llegados a este punto, parece claro que la decisión de bombardear Hiroshima no se tomó exclusiva y simplemente para poner fin a la guerra lo más pronto posible. Además, una vez experimentada la bomba con pleno éxito, se podría advenir al Japón sobre la naturaleza de la nueva arma; sin embargo, Truman decidió no hacerlo. Y lo que es aún más importante, hubiera podido tomar en mayor consideración el evidente deseo japonés de terminar la guerra. Pero una vez más prefirió interpretar la reacción nipona al ultimátum de Potsdam como una respuesta negativa.

El 28 de julio, el primer ministro japonés Suzuki anunció que su Gobierno había mokusatsu el ultimátum, usando un verbo que podía traducirse como «ignorar» o «abstenerse de hacer comentarios sobre él». Truman decidió que el término significaba «ignorar» y confirmó las instrucciones según las cuales la primera bomba debería lanzarse, a más tardar, después del 2 de agosto. Y precisamente el día 2 de agosto Togo envió a Sato un desesperado cablegrama en un último intento de convencer a los soviéticos para que apoyasen a los japoneses en sus esfuerzos para obtener términos de paz basados en el ultimátum de Potsdam:
Como la pérdida de un solo día en la presente cuestión podría dar lugar a mil años de amargura, se requiere de usted que inmediatamente tenga un coloquio con Molotov. 
Pero Molotov no quiso entrevistarse con Sato antes del 8 de agosto, día en que le anunció tranquilamente que la Unión Soviética declaraba la guerra al Japón.

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