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viernes, 2 de enero de 2015

Eva Braun, la dama desconocida, la esposa de Hitler

Primera parte: "La Señorita Eva"

El 4 de mayo de 1945, el mundo conocía la identidad de una joven y anónima alemana de nombre Eva Braun. Mientras el ministro de propaganda Joseph Goebbels, se encargaba de generar el mito del Führer casto y célibe -poco interesado en las mujeres- Eva, rodeada del más absoluto secreto y siendo férreamente custodiada día y noche por la Gestapo, mantenía una estrecha relación sentimental con Adolf Hitler durante más de diez años. 

La chica se había educado en un colegio religioso. Tenía dos hermanas, un padre maestro y una madre modista. Los padres se divorciaron y la modista se volvió a casar. En la casa no había dinero y la muchacha tuvo que conseguir trabajo. Había cumplido diecisiete años, era 1929 y el país estaba en medio de una crisis. El trabajo lo obtuvo en la casa de fotografía de Heinrich Hoffmann. Pudo haber sido empleada en cualquier otro negocio. Pero el destino la llevaba de la mano. Hoffmann era el fotógrafo oficial del Partido Nacional Socialista. 

Un viernes por la tarde, ella subió a una escalera móvil para acomodar unos archivos. Apoyada en los escalones, vio llegar a Hoffmann acompañado de un hombre con abrigo claro, un bigote gracioso y un sombrero en la mano. La chica tuvo una sensación: ese hombre le miraba las piernas. Pensó que esa mañana había arreglado el dobladillo del vestido y no estaba segura de haberlo dejado recto. Al bajar de la escalera, Hoffmann la presentó: "Herr Wolff, nuestra pequeña y buena Fräulein (señorita) Eva". Un rato después, la señorita Eva se encontró sentada con los dos hombres, comiendo salchichas y bebiendo cerveza. El señor "Wolff" no le quitaba los ojos de encima y le decía cumplidos. Ella miró el reloj y decidió irse. El señor "Wolff" se ofreció para llevarla en su Mercedes. Ella dijo que no. Ya estaba en la puerta del negocio cuando Hoffmann la llamó. Con voz baja, le preguntó: "¿No te diste cuenta de quién es él?". La señorita Eva se quedó callada. Hoffmann agregó: "¡Es Hitler! ¡Adolf Hitler!". Ella se acomodó el pelo y respondió: "¡Ah, sí! ¡Por supuesto!". 

A la señorita Eva ni siquiera se le había ocurrido pensar que ese hombre podía ser alguien importante. Pero lo era. Y llegaría a ser, en cuatro años, el hombre más poderoso de Alemania. A los pocos días, Eva recibió flores y bombones, Se los enviaba Hitler. Ella lo ignoraba pero él mantenía una relación muy particular con su sobrina, Geli Raubal, diecinueve años menor a él. Angélika o Geli, como la llamaban empleando un diminutivo, era una de las dos hijas de Angela, la hermanastra de Hitler. Angela se había trasladado desde Austria para administrar Berghof, la villa que él había comprado en las cercanías de Berchtesgaden. Geli tenía diecisiete años y Hitler no demoró en interesarse en ella. Un par de años después, la llevó con él a vivir al piso de nueve habitaciones que compró en Múnich. 

Geli no tenía una buena vida. Su tío le cortaba toda forma de libertad. A todas partes debía ir acompañada y no podía hacer sino lo que él le permitiera. Hitler estaba obsesionado con ella. Por supuesto, no era la suya la preocupación del tío paternalista que cuida de una sobrina sino la de un hombre por su amante. Cuando Geli inició una relación con Emil Maurice, chofer y escolta de Hitler, y uno de los primeros integrantes de las SS. Hitler no se opuso. Se limitó a separar a Maurice de su círculo y trasladarlo. 

Geli quiso completar sus estudios de música y viajar a Austria. Una forma de alejarse de su tío. Hitler le negó el permiso. Pareció ser el límite para la depresión de Geli. La noche del 18 de septiembre de 1931, a los veintitrés años, cuando Hitler se encontraba en Hamburgo, se pegó un tiro en el pecho.

Hitler quedó devastado. Quiso suicidarse. Rudolf Hess le quitó la pistola de la mano. Todas las nochebuenas, hasta comienzos de la guerra, las pasó encerrado en el cuarto de Geli. Nadie, sino él y el ama de llaves, tenía acceso a esa habitación. Las fotos enmarcadas de Geli permanecieron hasta el fin de la guerra en el Berghof y la Cancillería. Todos los años, en el día del cumpleaños y de la muerte, ponía un ramo de flores debajo de un gran cuadro de Geli.

Cuando se produjo el suicidio de Geli, hacía dos años que Eva Braun era la amante de Hitler. Eva no se parecía a Geli. Tenía un cuerpo más atlético y contundente, más bien regordete. Era rubia y Geli, castaño oscura. Tuvo que adaptarse a los gustos de su amante oscureciendo el color del cabello, cambiando su forma de vestir y perder una parte de su histrionismo. De todas maneras, su relación con Hitler era oculta. 

Geli había sido una relación obsesiva para Hitler. Eva parecía interesarle por su juventud, sus bromas y su alegría permanente. En esos años, Hitler dijo que se hubiera casado con Geli pero jamás se casaría con alguien como Eva. 

Por razones distintas, Geli y Eva pasaron por hondas depresiones y procedieron de forma parecida. En agosto de 1932, Eva se pegó un tiro que le seccionó una arteria del cuello.

Eva tenía por Hitler sentimientos muy distintos a los de Geli. Mientras Geli quería librarse de él, Eva pretendía una mayor atención. Su intento de suicidio fue un llamado para que se la tuviera en cuenta. Hitler le dio más tiempo, y la dejó pasar algunas noches en su departamento, al que, hasta ese momento, ella nunca había ido. Le alquiló un departamento de tres ambientes que Eva compartió con su hermana Gretl. El alquiler era pagado a través de Hoffmann. Eva y su hermana seguían trabajando para el fotógrafo. Habían aprendido de él a sacar fotografías. A las hermanas las fascinaba fotografiar. Con Hoffman, Eva viajó varias veces como parte del séquito de Hitler. Nadie sospechaba que ella fuera su amante. Hitler se cuidaba de mantener la apariencia de serio hombre célibe. La relación comenzó a ser, realmente, más cercana en 1935, cuando Hitler ya tenía el control del gobierno alemán. Eva se quiso suicidar por segunda vez. Usó pastillas del somnífero Vanoform. Le lavaron el estómago y Hitler la ubicó en una villa en Berchtesgaden. Gretl fue con ella.

El ascenso de Eva, molestó a unos cuantos. Angela Raubal, la hermanastra de Hitler y madre de Geli, la llamaba "la vaca estúpida". El enojo y la burla produjeron un mal efecto para Angela. Fue despedida como ama de llaves de Berghof. El despido de Angela resultó un buen mensaje para quienes tenían que tratar con Eva. Comprendieron que ella era una intocable.

En 1939, con el comienzo de la segunda guerra mundial, Eva se mudó a la Cancillería. Su cuarto comunicaba con la biblioteca de Hitler. Pero Eva sólo podía entrar a la suite principal por la puerta de servicio. En los comienzos de su estadía en la Cancillería, ni siquiera el personal doméstico llegó a enterarse de que Hitler y Eva eran amantes. Creían que ella era una empleada. Pero, con su constancia, Eva fue haciendo que las cosas cambiaran. Hasta que eso ocurrió, debió mantenerse encerrada durante las reuniones sociales. Y no pudo acceder a ellas ni siquiera rogándole a Hitler, como lo hizo cuando a una de esas reuniones asistió la duquesa de Windsor. Eva no la conocía en forma personal pero, curiosamente, consideraba que ella y la duquesa tenían muchas cosas en común.

Cuando la relación trascendió entre los allegados a Hitler, Eva jamás consiguió cambiar la opinión de las esposas de Ribbentrop, Goering y Goebbels. Las tres la ignoraban por completo, la trataban con desprecio y la consideraban una "idiota inculta". Como fuera, Eva ya era "la señora del Berghof". Este sitio de los Alpes, cerca de Berchtesgaden, tenía más de treinta cuartos y varios túneles y refugios en los alrededores. En él, Eva era la indiscutible dueña de casa.

A medida que la guerra avanzaba y Hitler superaba varios atentados contra su vida, la figura de Eva crecía. Se mostraban juntos, se fotografiaban y solía vérselos tomados de la mano. Si él no estaba con uno de sus casi constantes retorcijones intestinales y se encontraba de buen humor, la llamaba "cosita". Sonriendo, decía que la había conocido siendo una "gordita simpática" y que, ahora, era "un vestido con huesos"; se reía de los dos terriers escoceses negros de Eva diciendo que no eran perros y aseguraba que un verdadero perro debía ser como su inseparable ovejera alemana "Blondi".

Los dos eran por completo distintos en sus gustos. A Eva no le interesaba el arte aunque se mostraba respetuosa y asistía a los conciertos de buena gana. A Hitler le fascinaba la música clásica y era un adicto a la lectura; antes de hacerse político, había pretendido ser pintor y, además, había escrito varias obras de teatro. Era abstemio, vegetariano y no fumaba. A ella le encantaba el champán, la carne y el cigarrillo. Eva era displicente con su salud y la higiene de los cuartos. Él, un hipocondríaco temeroso del cáncer y maniático de mantener en condiciones de inmejorable higiene todos los lugares en los que estaba. Muy distintos. 

Hitler y Eva parecerían una pareja formada por una personalidad poderosa y otra muy débil y sumisa. Un hombre seductor, amable, inteligente, culto, de fuerte carácter. Y una mujer poco educada, bastante inocente, graciosa, que lo sigue con amor y admiración. Podría verse así. Pero ese hombre era el que escribió "Mein Kampf", un extraordinario éxito editorial que lo hizo millonario, en el que desarrolló sus teorías racistas, y el que, desde el gobierno, condujo la más grave y demencial persecución racial de la historia, derivando en una deshumanizada humillación y matanza de judíos, eslavos y gitanos. 

De no ser por estos hechos, se los podría tratar como a una pareja como muchas. Y la "señora del Berghof" sería una chica pobre enamorada del hombre más poderoso de Alemania. Casi una heroína de cuentos de hadas. Pero Eva no era una muchacha ingenua e inocente. Nadie que estuviera de acuerdo con Hitler era ingenuo o inocente. Mucho menos, su amante y compañera. Para estar en esa posición era indispensable pensar y creer en lo mismo que él.


Segunda parte: "Lo que ninguna otra logro"

Eva era una mujer que podía no ser muy inteligente pero que sabía lo que quería y cómo conseguirlo. No sólo se había convertido en la amante de Hitler sino que había llegado mucho más lejos que cualquiera de las otras. Al mismo tiempo que ella, Hitler había tenido otras amantes. La directora de cine y propagandista del nazismo, Leni Riefenstahl; las actrices Pola Negri, Lil Dagover y Olga Chejova, protagonista de una película de Hitchcock, y la inglesa Unity Mitford, hija de lord Redsdale. Ninguna de estas mujeres pasó demasiado tiempo junto a Hitler. Salieron de su vida y pasaron el resto de las propias negando haber mantenido relaciones sexuales con él. La que peor la pasó fue la de mayor talento, Leni Riefenstahl. Pudo hacer dudar sobre su tránsito por la cama de Hitler pero no pudo evitar ser llevada a la ruina económica y al desprestigio. Había dejado sus huellas indelebles en las películas que filmó sobre el régimen.

Eva, "la superficial que pasa el tiempo pintándose las uñas", como la definió una de las secretarias de Hitler, estuvo algo más de quince años al lado del hombre más codiciado de Alemania. Y hasta logró de él lo que ninguna otra mujer consiguió: un anillo de casamiento.

El 28 de abril de 1945, Traudl Junge, una de las secretarias privadas de Hitler, mecanografió lo que él le dictaba: su testamento. La guerra estaba perdida. Los rusos invadían Berlín y bombardeaban en forma constante el edificio de la Cancillería. En un búnker, a quince metros bajo tierra, desde días atrás, estaban Hitler, Eva, y los más fieles seguidores. Hitler había dicho que se fueran todos los que quisieran hacerlo. El personal abandonó el búnker. Excepto las secretarias Gerda Christie y Traudl Junge, tampoco se fue la nueva cocinera. 

Eva se había negado a escapar a Suiza. Podría haberlo hecho con facilidad varios días atrás. En cambio, prefirió viajar desde Münich, cruzar la línea de fuego, y meterse en el búnker con Hitler. 

La secretaria Traudl tecleó en la máquina de escribir lo que le dictaban: "Ya que sentí que no podía aceptar la responsabilidad del matrimonio durante las años de lucha, he decidido, ahora, antes del fin de mi carrera en este mundo, tomar como esposa a la mujer que, después de muchos años de leal amistad, vino por su propia voluntad a esta ciudad sitiada casi por completo, para compartir mi destino". En otro cuarto, Eva dejaba instrucciones para que entregaran sus ropas y joyas.

Un par de días antes, el arquitecto y uno de los principales funcionarios del régimen, el falso amigo de Hitler, Albert Speer, había abandonado el búnker. Acabada la guerra, después de salvar su vida con una serie de mentiras bien presentadas durante los juicios de Nuremberg, escribió sobre esos últimos momentos. Dijo de Eva:
"Siempre se la veía bien. Mostraba un temple que nadie parecía tener. Todo el tiempo transmitía paz".
Cando Traudl acabó la redacción del documento, fue llamada al cuarto de Eva. Ella la estaba esperando con un tapado de piel de zorro en la mano. Era su preferido. Se lo regaló. Con un hilo de voz, le dijo: "Tengo miedo". De inmediato, recuperó la sonrisa. Tomó champán. Se puso un largo vestido de seda negro y, con el cabello bien peinado, el maquillaje cuidado como siempre, fue a la ceremonia de su casamiento. 

Ocho eran los invitados. Hitler usaba un traje militar. Bormann y Goebbels servían de testigos. Wagner, un funcionario menor, presidía la ceremonia. Cuando Eva firmó el acta matrimonial, escribió: Eva B. Tachó "B" y dejó escrito: Eva Hitler, antes Braun. El anillo de bodas le quedó demasiado holgado. Pero se ingenió para sostenerlo en su dedo anular. 

Pasaba media hora de la medianoche. Eva dijo que en una boda no podía faltar música. Le llevaron el fonógrafo y su único disco, "Rosas rojas". Eva estaba radiante. Salió al pasillo y no dejó a nadie del personal sin saludar. A la mañana siguiente, al levantarse, un ordenanza, dudando, la saludó: "Buen día, Fräulein". Eva sonrió y le dijo: "Es preferible que me diga Frau (señora) Hitler". Era el día 29 de abril y pasó muy lentamente. Eva fumó mucho pero no perdió su buen aspecto ni pareció que disminuyera su estado de ánimo. Conversó todo el tiempo con las secretarias y los ayudantes militares.

Hitler, en el atardecer, recibió la noticia de la ejecución de Mussolini y su amante y de que sus cadáveres habían sido colgados cabeza abajo, como los cerdos. Entonces, ordenó que, al morir, su cuerpo debía ser incinerado para que nadie lo encontrara jamás. En la madrugada de ese día, había firmado su testamento político oficial, como testigos habían dejado su firma Bormann, Goebbels y Krebs.

En el documento, Hitler reafirmaba sus ideas: los judíos eran culpables de los males de Alemania; él los había perseguido y castigado con justicia sin haber flaqueado nunca. Expresaba su satisfacción por haber cumplido con el exterminio de los judíos y aceptaba que él, aunque había habido gran cantidad de cómplices, era el absoluto responsable de la Solución Final. Estaba orgulloso de sí mismo y de su acción de gobierno.

El día 30 de abril, Eva se puso el vestido negro favorito de Hitler. Se acercó a Traudl y, con un sollozo, pasándole el brazo por los hombros, le dijo: "Por favor, no te quedes aquí. Trata de salir" y agregó: "Saluda a Münich de mi parte". Traudl no comprendió lo que iba a suceder.

Eva le dio la mano a todos los presentes. Vio cómo su marido, el Presidente y Canciller de Alemania, el Führer del Tercer Reich desde 1933 a 1945, Adolf Hitler, se paraba delante de la puerta de su despacho privado, aguardándola. Fue con él. Se quedaron solos. Era la media tarde.

Hitler se sentó en el sofá. Eva a su izquierda. Frente a ellos: una mesa baja sobre la que había una botella de champán y unas copas. También una pistola, una jarra con agua, y dos pastillas de cianuro. Los cadáveres de Hitler y Eva fueron llevados fuera del búnker y metidos en un hondo pozo. Se los roció con doscientos litros de gasolina. Goebbels entregó los fósforos para que Otto Günsche, edecán de Hitler, quemara los cadáveres. Los obuses rusos caían cerca de ellos. Se formó una hoguera. Günshe había cumplido la última orden que le dio el Führer. Hitler se pegó un tiro en la sien derecha. Su cuerpo cayó hacia adelante, sobre la mesita. Eva murió por el efecto del cianuro. Su cabeza quedó apoyada en el brazo del sofá. Su vestido estaba mojado. La jarra de agua le cayó encima, volcada cuando el cuerpo de Hitler se desplomó. La perra Blondie fue envenenada con cianuro el día anterior por decisión de su amo. Hitler y Eva Braun, que tuvieron medio mundo a sus pies, terminaron en un hoyo, convertidos en un montón de cenizas y huesos calcinados. 

Se especuló con la falsedad de sus muertes. Parece desconocerse un hecho: la presencia de Goebbels en la incineración de los cadáveres. Y la acción que el matrimonio Goebbels llevó a cabo al día siguiente. El primero de mayo, Magda, la mujer de Goebbels, de acuerdo con su marido, asesinó con veneno a sus seis hijos. No concebían un mundo para ellos sin Hitler. Después, se sentaron en dos sillas, en un pequeño cuarto. Un oficial, por orden de Goebbels, les pegó un tiro en la cabeza a cada uno de ellos.

Eva conoció a Hitler cuando él era un político que pretendía el poder. Lo acompañó en su ascenso, su apogeo y en su caída. Como fuera, se entregó en cuerpo y alma. Pero no fue amada. Si lo hubiera sido, el hombre al que ella quiso con devoción no hubiera permitido su muerte. A ese hombre le hubiera bastado ordenar que la adormecieran y ubicaran en un avión. Hubiera resultado hasta sencillo. El mismo hombre tenía otra incondicional seguidora: la perra "Blondie". Pudo regalarla. Prefirió matarla. 

Es cierto que Eva aceptó lo que le daban. No era poco. Estaba al lado del hombre al que la mayoría de los alemanes trataban como al nuevo cristo. Eva Braun no realizó ninguna acción de interés histórico en los quince años en los que estuvo junto a Hitler. Careció de toda influencia política y el pueblo alemán ignoró su relación con Hitler hasta después de acabada la guerra. 

Todo lo que Eva hizo fue estar siempre a disposición del hombre del que se enamoró. Dio todo lo que podía dar. Al negarse a buscar refugio en Suiza y viajar de Münich a un búnker rodeado de enemigos para ir a morir junto a su amante, produjo un acto de valor, lealtad y amor. 

Magda Goebbels hizo lo mismo que ella. Tampoco se escapó. Fue al búnker con sus seis hijos para asesinarlos y hacerse dar un tiro en la cabeza. En Magda Goebbels la demencia de quienes rodeaban a Hitler queda manifiesta. En Eva Braun, permanece escondida detrás de una improbable ingenuidad.


Tercera parte: "¿Y que pasó después?"

El 2 de mayo llega al búnker el grupo 79 de la Smersch, que es el cuerpo personal de inteligencia militar de Stalin, y probablemente el más brutal en sus métodos. Al frente del mismo está el teniente coronel Ivan Klimenko, quien tenía como misión encontrar el cuerpo de Hitler y sus colaboradores dentro de la denominada Operación Mito. Rápidamente, encuentran los restos del general Krebs, Goebbels, y su familia, que han sido envenenados y quemados, además de tres cuerpos que resultan ser "dobles" de Hitler. Sin embargo, el punto culminante llego el 4 de mayo, cuando encontraron el cuerpo de una mujer y un hombre calcinados en el interior de uno de los cráteres de bomba que había en el patio exterior del bunker. Metidos en cajas de madera para munición, y llevados al cuartel de la Smersch, comienza la autopsia de los cuerpos. Ésta determinaría, gracias a las radiografías dentales halladas por A. Heusermann -ayudante del dentista de Hitler-, que sin ninguna duda se trataba del cuerpo del Führer. Meses después, comienza una peregrinación de esos restos por diversas ciudades (Buch y Rathenow) hasta que en febrero del 46 se entierran finalmente en Magdeburgo tal y como cuenta Vasili Orlovsky, ex-agente de la Smersch que participo en dichas operaciones.

Poco antes de morir, Traudl Junge, la secretaria que mecanografió el testamento de Hitler, juró que, durante la guerra, había desconocido todo lo relacionado con el holocausto y que nunca, en su presencia, alguien había pronunciado la palabra "judío". La misma ignorancia podría haber esgrimido Eva Braun de haber sobrevivido. 

Hitler fue el líder político, el pueblo alemán lo siguió como las ratas al flautista en Hamelin, las industrias alemanas le dieron los recursos, otras naciones lo apoyaron. Él era un representante, carismático, demagógico y psicótico, pero solamente un representante, un portavoz de millones que estaban de acuerdo con su política racial. Ningún seguidor de Hitler careció de demencia y maldad. En Hitler se personifica una de las formas que asumió la locura, la maldad y el racismo de los hombres. No hubo inocentes, sólo cómplices.

Eva Braun de Hitler comenzó recibiendo flores y bombones. Obtuvo dinero, joyas, ropas, poder. A los treinta y tres años, terminó recibiendo una pastilla de cianuro. Y un anillo que le quedaba grande.

Pero la historia no acaba ahí. Recientemente el director del archivo central de la federación Rusa, Sergei Mironyenko, recibió anónimamente una copia de los 8 volúmenes que ocupó la Operación Mito. En esos documentos se relataba que en las declaraciones realizadas bajo tortura a Linge y dos altos personajes del III Reich, éstos afirmaban que en el momento del suicidio Eva braun estaba embarazada.

Aunque esta afirmación es muy espectacular, no es nueva. El general soviético Zhukov -quien precipitó la caída de Berlín-, anunciaba el 9 de junio de 1945 por primera vez, que "Hitler y Eva Braun se habían casado poco antes de la derrota de Berlín"; dos días más tarde un despacho cablegráfico procedente de Estocolmo sorprendía a todo el mundo asegurando que "Eva Braun tuvo dos hijos, un niño y una niña, durante su larga aventura amorosa con Hitler". Esta sensacional revelación fue hecha por Erik Wesslen, ex-agregado de la embajada sueca en Berlín, quien estuvo en estrecho contacto con el cuartel general de Hitler durante el sitio que precedió la caída de la capital alemana.

En un telegrama de la U.P., fechado en Londres el 11 de junio de 1945, Wesslen afirma textualmente:
"Se cree que cuando Hitler partió de Berlín, el 8 o 9 de Abril, fue no solo para traer a Eva Braun a la capital, sino también para decir adiós a sus hijos, y probablemente ponerlos en un sitio más seguro. Pasó tres días en Babiera, en momentos en que su presencia en Berlín era más necesaria que nunca".
Otro dato misterioso, es la detención en Bad-Godesberg del general Nicholaus Von Bellow, uno de los tres firmantes del testamento privado de Hitler. A pesar de ser sometido a un intenso interrogatorio por parte de la policía de seguridad británica, nunca se hizo ningún comentario público sobre ello. Sin embargo, un mensaje de la agencia Reuter enviado el 20 de enero de 1946 desde la pequeña localidad de Bad-Godesberg una semana después de su detención, afirmaba que
"Hitler fue padre la víspera del año nuevo de 1938. Eva Braun le dio un hijo en una maternidad de San Remo, Italia, y no se la vio en sus habituales paseos automovilísticos en Berlín, por un mes o más".
En un libro publicado dos años después de la guerra e imposible de encontrar hoy en día, titulado Hitler está vivo, el autor Ladislao Szabó comenta que las autoridades militares americanas entregaron a la prensa varias fotografías, halladas entre los efectos personales de Eva Braun en su residencia de Munich. La mayor parte corresponden a Hitler y Braun posando frente a su refugio de montaña en Berchtesgaden. Pero en una de las fotos, aparece ella sola, con dos criaturas de corta edad, un niño y una niña. Según algunos periodistas, las facciones del pequeño que se haya sentado en su regazo tienen un gran parecido con las del Führer. 

Asimismo, recuerda que aunque tres mensajeros portaban sendas copias de los testamentos de Hitler, solo uno de ellos, Wilhelm Zander, llevaba consigo la única copia conocida del acta de casamiento de Hitler, y junto a ella, la inquietante foto de un niño cuyo parecido con el de Hitler era asombroso. Misteriosamente, dicha información fue emitida por la agencia Reuter el día de fin de año del 45, pero nadie ha vuelto a comentarlo desde entonces. ¿Son estos los hijos de Adolfo Hitler? De ser así, estaríamos ante el mayor misterio histórico del siglo XX.


Actualmente, investigadores están siguiendo pistas acerca de la posibilidad de que Eva Braun hubiera tenido dos hijos, nacidos en los años 38 y 41 respectivamente, que serían después "cuidados" por una importante familia española antes de irse a vivir a Suiza en los años 60.

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